PALABRAS EN EL CAFÉ
Palabras en el café és un text breu que vaig escriure fa poc temps i que comparteixo avui amb vosaltres. El fil conductor és el periodisme i els locals on s'aconsegueix més i millor informació, les cafeteries.
PALABRAS EN EL CAFÉ
Era
un buen periodista. Sabía que la información se consigue en las barras de los
bares, en las tertulias de las íntimas cafeterías, lejos de las mesas de las
redacciones donde se trabaja con especulaciones deformadas con tanto boca a
boca que acaba alterando la esencia del mensaje.
Era
un cliente habitual del café en todos los sentidos. Apreciaba el aroma del
local y el sabor del contenido de la taza que algunos días se hacía acompañar
con unas gotitas de licor y una ligera nube de leche condensada. Siempre a las
tres de la tarde. La hora en que salía de su primera oficina, la redacción, y
abría la otra, su segunda casa, su Café.
No
era muy hablador. Gozaba escuchando en silencio. Ejercía ese gozo siempre
disimulando su mirada hacia todas partes menos en la mesa donde centraba, con
cuidadosa atención, toda su capacidad auditiva, mermada por los años, mientras
anotaba mentalmente nombres, lugares y detalles importantes.
Tampoco
era propenso a la sonrisa fácil aunque su sentido del humor se despertaba cada
vez que entregaba su columna de opinión para la sección de confidenciales al
director del periódico donde empezó su carrera años atrás y en el que pretendía
seguir hasta su jubilación oficial aunque no definitiva. Porque un periodista
es como el policía de las películas americanas que entrega la placa y queda
relegado del caso pero lo sigue investigando y lo resuelve antes que sus
compañeros. El periodismo no es una profesión más. Es una filosofía de vida,
una forma de seguir respirando, una segunda piel que jamás muda.
Quizás
por este modus vivendi, esclavizador y necesario, se quedó un rato más a hacer
compañía a la barra de ese café de tarde convertido en bar de copas con la
llegada del atardecer y el paseo de la luna que traía la noche.
Y
fue así que descubrió que se le acababa una etapa, que se iba a quedar en el
paro, que el periódico cerraba por la crisis, bajaba la persiana y dejaba sin
trabajo a sus sesenta empleados. Nadie lo sabía. Ni sus compañeros ni el propio
director. En la mesa en la que a una distancia prudencial había anclado sus
orejas se sentaban el propietario de la cabecera de su amado diario y los
futuros compradores del local que sería derribado para convertirlo en un bloque
de viviendas de ocho plantas con bajos comerciales. La empresa editora
anunciaría pérdidas, propondría un expediente de regulación y, tras el cierre y
finiquito del personal, se embolsaría una cantidad ingente de dinero.
Y en
ese punto en que el hombre vuelve a la niñez ante los miedos que le acechan, y
que le aportan inocencia y descaro, optó por romper la tradición y rebeló su
posición y objetivo a los ocupantes de la mesa. Se presentó, les anunció su
intención dejándoles perplejos por su presencia y les puso contra las cuerdas
ante la amenaza de contar el plan a sus compañeros de la redacción y a los de
los otros medios.
-
Como dijo el poeta: sin riesgos en la lucha no hay gloria en la victoria.
Soltó
el eslogan y, emulando al torero que cree en la tarde, citó al animal al centro
de la plaza para hacer el último pase de pecho. Y fue su mejor faena en años
pues tras anunciar las intenciones de cierre al resto de la plantilla se cambió
la portada del periódico de la mañana siguiente que anunciaba con orgullo: Este
periódico se vende pero hoy invita la casa. Gentileza del editor.
Comentaris